domingo, 27 de septiembre de 2015

"La elección de un sistema educativo es más importante para un pueblo que la elección de su gobierno".

Arturo Uslar Pietri, considerado como uno de los intelectuales más importantes del siglo XX en Venezuela y Latinoamérica, señalaba que “la misión que la educación debe asumir es la de enseñar a vivir”; por eso entendemos que la frase al inicio de esta entrada responde claramente el por qué es tan importante tener un sistema educativo de calidad. Un sistema educativo que enseñe a vivir, permitirá a un país aprender a vivir y no solo sobrevivir. Es necesario entender a la educación como un factor de empoderamiento en la sociedad venezolana, como un elemento determinante para el proceso de avance de las personas y por ende, de la sociedad, y en la actualidad, en pleno siglo XXI, se puede observar como la educación asume una perspectiva que vaya más allá de recibir información en un aula de clases, rescatando la función de ser una de las principales vías para promover valores y asegurar una existencia digna, tanto para la presente como para las futuras generaciones.

No obstante, La concepción durante algún tiempo por parte del Estado venezolano sobre cómo funciona un sistema educativo, por mencionar el subsistema universitario se limita a enviar recursos para pagarle a sus trabajadores. Cuando se escucha que las universidades llegan a tener más presupuestos que las alcaldías, este razonamiento solo puede surgir de actores que desconocen que la educación de calidad amerita los más altos estándares de inversión. Para muestra de un botón, Brasil, que es responsable de cerca del 2% de la producción científica mundial, por ejemplo, destinó en 2014 más de 27 mil millones de dólares en ciencia, más de los 15 mil millones que invirtió en el Mundial de Fútbol. Sin duda alguna se trata de una inversión que no depende solo de recursos financieros, exige tiempo, décadas de obsesión por el conocimiento. ¿Qué podemos aprender de esta mala concepción? América Latina destacó hace un año por el aumento, sin precedentes, en su productividad científica, según un reporte de la revista Nature.

No obstante, Venezuela fue el único país cuya producción científica entró en declive: sus estudios publicados cayeron en un 29 % entre 2009 y 2013, según la misma publicación. A este problema sumamos la fuga de más de 2 mil profesores en los últimos años, según estadísticas que llevan autoridades universitarias, y se instauró entre nuestros jóvenes la motivación de graduarse para irse del país; sin duda alguna; todos estos, aspectos que nos debilitan como país.

En el estudio de las Ciencias Políticas existe una conocida teoría sobre los sistemas políticos desarrollada por el politólogo canadiense David Easton; tomando en consideración un país como un sistema complejo donde los elementos internos interactúan de manera muy intensa en función de ciertas pautas de comportamiento, dichas interacciones operan mediante flujos entre entradas y salidas (lo que denominó inputs y outputs) a través de un cambio dinámico que se retroalimenta (feedback). Dichas entradas son las demandas y apoyos que el sistema recibe de los intereses de la sociedad, en cambio, los outputs son la respuesta del sistema a aquellas demandas, las decisiones y acciones que se toman tras el proceso de decisión; que cuando interactúan con el entorno, generan nuevas demandas y apoyos, por lo que el proceso vuelve a comenzar. Cuando entendemos al Estado como un gran sistema, son las políticas públicas, las decisiones o acciones que emprende este para dar respuestas a las demandas que existen en un país.

Y en el ámbito educativo, no debe ser ajeno este hecho; el Estado debe verdaderamente elaborar una política pública a nivel educativo que se vincule y promueva el progresivo avance en nuestra sociedad, no de simple subsistencia. La universidad es el núcleo formador de conocimiento en una nación, y el conocimiento se convierte para las economías de finales del siglo XX y principios del XXI en la fuente principal de creación de riqueza; no obstante la presencia de obstáculos de infraestructura, presupuesto y escasa formación del personal docente, entre otros, no han permitido que algunas universidades se incorporen a procesos de enseñanza-aprendizaje y gestión, especialmente en el uso de las nuevas tecnologías, siendo así un factor para que no puedan ser competentes en la era tecnológica.

Una mención especial para las nuevas tecnologías, por cuanto la característica principal de la aparición de estas es la aplicación del conocimiento en un círculo de retroalimentación acumulativa, donde el hombre se puede convertir en usuario y creador a un mismo tiempo. Sin duda alguna toda esta innovación permite superar tradicionales y en algunos puntos obsoletos esquemas dentro del proceso educativo. No obstante, el impacto ha sido mínimo en términos de productividad académica por cuando la sociedad no ha sido capaz de acompañar las nuevas tecnologías con las innovaciones necesarias en el lugar de trabajo, en este caso, en la universidad.

Todo esto nos describe una particular paradoja, ha habido grandes avances tecnológicos pero no ha habido en el caso de Venezuela un aumento en la producción académica y en la calidad del proceso educativo. Pero, frente a toda esta paradoja ¿Qué es lo que se ha hecho? Y ¿Qué es lo que debería hacer el Estado? Veamos: Sin duda alguna, uno de los aspectos que se debe detallar dentro de las universidades es que el rápido cambio tecnológico exige un nivel más fuerte, más especializado y eficiente de investigación. Para poder solucionar este hecho, dentro de la cultura universitaria existente tiene que insertarse la cultura tecnológica entendida esta como el conjunto de representaciones, valores y pautas de comportamiento compartidos por los miembros del grupo en los procesos de interacción y comunicación en los que se involucran sistemas tecnológicos.

Es decir, que en el modo de trabajo de la universidad, en todos los aspectos y áreas existentes, debe ser vinculada con aspectos cuantitativos y cualitativos tecnológicos, de modo que sea una exigencia la formación constante, especializada y acertada de todo el personal que labora en la universidad. Sin duda alguna, no podemos avanzar en este hecho si no mencionamos que debe haber un fuerte apoyo por parte del sector político, específicamente del actor “gobierno” en torno al área educativa, por cuanto este debe conducir decisiones o políticas públicas que puedan, dentro de un sistema, dar respuesta a las carencias y necesidades existentes. Al hacer un evalúo del rol del gobierno frente a los desafíos de la cultura informática ha sido mínimo, hasta cierto punto insatisfactorio, por cuanto no ha tenido capacidad para retener personal que investiga e innova en sus centros de formación, en contraposición a las ofertas que a estos llegan por parte del extranjero. 

Este hecho se enmarca en el proceso globalizador de la economía donde el conocimiento se ha visto como un elemento que produce riqueza, por lo que el gobierno debe orientar una política tecno-nacionalista que pueda contrarrestar el acoso de los centros extranjeros. De igual manera, el gobierno debe trabajar con el sector empresarial que durante mucho tiempo utiliza el I+D como un potencial para la competencia, pero que, siendo nuestra apreciación, en ocasionadas veces no termina por verse involucrado el mejoramiento del sistema educativo. Si el gobierno coordina el aspecto de la ciencia y tecnología en conjunto con las empresas que puedan ver el potencial que existe en mejorar la calidad del sistema universitario, por cuanto el talento humano que ahí se forma es el que termina por integrar en sus empresas, verán una mejora en el trabajo especializado donde se pueda producir conocimiento tecnológico novedoso.

De igual manera, en cuanto a los roles de los docentes y los estudiantes, es necesaria una nueva formación que pueda incorporar paulatinamente cambios significativos en los roles de docentes y alumnos, conduciendo a un proceso más centrado en el aprendizaje interactivo que en la enseñanza. La conclusión va en dirección a entender que en la medida que el gobierno como ejecutor de las políticas de Estado pueda concertar tanto con la universidad venezolana y el empresariado nacional, en razón de que puedan coordinar planes, programas y proyectos que vayan en función de la mejora en la calidad del sistema educativo, se puede cumplir la premisa que el conocimiento podrá procesar el cúmulo de riqueza que en estado “bruto” se encuentra en nuestro país.

1 comentarios :

Saludos luis muy interesante este espacio

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